Todo está fuera de lugar. El quehacer político de la información
se encuentra en manos de actores mediáticos que han sustituido al periodista
profesional y los científico-sociales. Su lugar lo ocupan hombres y mujeres
cuyo principal atributo consiste en proyectar imagen, tener cierto dominio del
lenguaje y vestir a la moda. Un sinsentido. El conocimiento ha sido trasladado
al desván de los trastos inútiles. La osadía de opinar pontificando copa lo
cotidiano. Resulta penoso ver a destacados líderes de audiencia, no de opinión,
discutir sobre leyes sin saber distinguir entre lo civil y lo penal,
confundiendo, además, una querella con una demanda o una estafa con evasión de
capitales. Para estos nuevos abogados todo es lo mismo. Asimismo, cuando se
refieren al orden económico los gazapos son descomunales. Confunden balanza
comercial con balanza de pagos, crisis con recesión, comercio exterior con
exportaciones y crecimiento con desarrollo. Y no digamos cuando se trata de
hablar de política. En ese instante se sueltan la lengua, les da igual ocho que
80. No tienen el menor empacho en homologar autocracia con dictadura,
democracia con partidos políticos, gobernabilidad con seguridad ciudadana o
legitimidad con legalidad. Sus intervenciones se miden por el grado de ignorancia,
desfachatez y ridículo. Siguen guiones prestablecidos. Están en todos los
medios de comunicación. Radio, prensa, televisión, páginas web y YouTube.
Tienen su ranking de popularidad, cuya medida consiste en el número de veces
que su intervención es visitada. Cien, 500, mil, 10 mil o 100 mil veces. Tienen
un millón de amigos que comparten día a día, hora a hora, minuto a minuto y
segundo a segundo, sus sesudas reflexiones sobre el desayuno, su estado de
ánimo, su último libro, sus lecturas, sus desengaños amorosos, viajes y
particular forma de entender la vida política. En 140 caracteres vierten todo
su saber. Un prodigio de síntesis y sintaxis. No tienen límites. De allí su
desmesura.
No matemos al mensajero. Pero cuando un medio como Twitter o Facebook
se transforma en un fin, el despropósito crece hasta límites insospechados. La
polémica política se constituye en un simulacro en el que desaparecen la
realidad y el sentido común. Lo debatido se vuelve irrelevante. Es la
trivialización de la política. Ya no se trata de fundamentar, dar argumentos,
situar un acontecimiento o describir un hecho. Sólo se busca hacer ruido. Un
discurso plano, en el que no es posible encontrar dos ideas hilvanadas
coherentemente. No hay dialogo, es un monólogo entre un emisor y receptores
anónimos que buscan ser complacidos en tanto consumidores de bagatelas
oportunistas. Otro tanto ocurre con los tertulianos de moda que acaparan
Facebook y Twitter. Atraen la atención mediante el chascarrillo, la anécdota,
la descalificación o el insulto. Y eso vale para todos aquellos que forman
parte de esta farándula político-mediática. Sociólogos, politólogos,
periodistas, abogados, historiadores o economistas, sin olvidarnos de los
dirigentes políticos adictos a tales formas de comunicar su pensamiento. Es un
disparate, sí, pero efectivo. Ese es el problema. Igualmente sirve como
herramienta para patrocinarse, dejar constancia del éxito y poner al corriente
del mundo la agenda personal. Relatan dónde han sido entrevistados, quién les increpó,
cuál es su artículo más reciente y cómo acceder a su página web. En definitiva,
se venden como cualquier otro producto de consumo.
Resulta poco halagüeño ver a miembros de la izquierda política y
social más interesados opinando sobre lo humano y lo divino que preocupados por
dotar de herramientas teóricas a los movimientos sociales. Sólo quieren ser
famosos, viajar por el mundo haciendo turismo político, firmar autógrafos y
convertirse en trending topic. Sin olvidar la parte crematística. Ellos forman
el conglomerado totalitario de las redes de Internet, blogueros de todo pelaje.
Liberales, conservadores, progresistas, democristianos, socialdemócratas,
radicales y los autodenominados nueva izquierda del contrapoder. Se pelean por
ser los amos de Twitter. Han renunciado al rigor, el conocimiento y la labor
formativa. Que lo haga la derecha, puede tener sentido ideológico y político:
el control y la configuración de la opinión pública; pero que en este circo
participen intelectuales etiquetados de izquierda es un dislate. En este mar
extravían la bitácora de viaje, el compromiso ético, la dignidad y el sentido
de la lucha por la democracia, el socialismo y el pensar reflexivo. Se
transforman en seres sin escrúpulos, incapaces de discernir entre la función
divulgativa, formadora del saber contrahegemónico y subversivo y la
sociedad-espectáculo que les absorbe el seso y los reduce a objetos de consumo.
El mundo de lo efímero es desmesurado, caricaturesco y grotesco.
Pierde las proporciones y se ubica en el terreno de lo artificial y la
simulación. Sus actores representan papeles intercambiables, según el escenario
y el público al cual se dirigen. Gelatinosos, amorfos, se escabullen entre los
focos, Facebook, blogs y páginas web. Sus caras son recurrentes, los vemos
aparecer en la televisión pública y privada. Se reconocen entre ellos por sus
enormes teléfonos móviles, arma arrojadiza para señalar en cualquier momento de
su intervención, su último SMS o WhatsApp. No se escuchan. Se insultan, hacen
aspavientos, se interrumpen, producen ruido, pero se quieren, son ególatras,
oportunistas y cuentan en su favor con un handicap social que les facilita su
éxito mediático, la desarticulación de la ciudadanía política. Son un producto,
como puede ser un lavavajillas, un desodorante, unas bragas o una hamburguesa.
Sólo existen como objetos en las redes sociales. La revolución vía Facebook y
Twitter. Constituyen una manada. Trabajan día y noche, no descansan. Solidarios
entre ellos, han construido una aberración social de la cual viven,
reproduciendo las formas de dominio de un capitalismo complejo donde Internet y
las tecnociencias se han apoderado de la praxis teórica para negarla y proponer
en su lugar un mundo de simulación en el cual desaparece la experiencia y la realidad.
Zombis capaces de engullir la vida eliminando todo vestigio de alternativa
política anticapitalista y radicalmente democrática.